viernes, 6 de mayo de 2016

La niña y el rey

Por: Juan Villoro


(06-05-2016).- En 1989, el antropólogo José del Val ocupaba una ruidosa oficina en la sede del Instituto Nacional Indigenista, ubicada, con buena lógica, en Avenida Revolución. Desde ahí ideaba proyectos para visibilizar a los pueblos originarios del país. Uno de ellos era la revista México indígena, dirigida por el poeta y periodista Hermann Bellinghausen.

Por entonces se discutía la forma de conmemorar el Quinto Centenario del encuentro o "encontronazo" entre América y Europa. En ese contexto, un grupo de niños indígenas mexicanos viajó a España para hablar de su cultura con la franqueza y la imaginación concedidas por la infancia. A su regreso, Del Val les ofreció un almuerzo y me pidió que registrara los testimonios que traían de Europa. Ahí conocí a Rosalba Tepole Quiahua. Lo primero que me dijo fue: "¿Usted es antropólogo? Toda la gente con barbas que conozco es antropóloga". Con enorme fluidez, me habló de su viaje y su singular encuentro con el Rey Juan Carlos: "Me lo imaginaba como el Rey de la baraja, no como un señor".

Aquella travesía fue posible gracias a Miguel de la Quadra-Salcedo, atleta que pasó de lanzar jabalinas con enjundia a recorrer el mundo en busca de las razones de los otros. Sólo un aventurero de este tipo podía crear el proyecto Ruta Quetzal, destinado a embarcar jóvenes de cincuenta y cuatro países en las aguas de América Latina y España.

Entre la peculiar tripulación se encontraba Rosalba, quien nació en Zongolica, Veracruz, y pertenece a la comunidad nahua. El lenguaje nunca ha sido un obstáculo para ella. Sin embargo, cuando supo que conocería a un monarca, dudó en cómo dirigirse a él. Sus compañeros saludaron en silencio a Juan Carlos. Cuando llegó su turno, ideó un nuevo protocolo: "Hola, Rey", dijo al representante de los Borbones.

Durante sus años en el trono, Juan Carlos fue conocido por el talante cordial, muchas veces campechano, con que recibía a súbditos de la corona y personas sin reino alguno. El saludo de Rosalba permitió que trabaran una de esas amistades agradables, pero que parecen destinadas a desaparecer en la fugacidad de los actos oficiales. No fue así, pues ambos atesoraron el encuentro.

Narré la escena en México indígena, bajo el título de "Hola, Rey". Un amigo del INI llevó un ejemplar de la revista a Zongolica, junto con el pago que me habían hecho (me pareció correcto que lo recibiera quien había cruzado el mar para que la historia fuera posible).

Durante veintisiete años perdí la pista de Rosalba. Muchas veces me pregunté qué habría sido de esa niña que soñaba con elocuencia en náhuatl y en español. Finalmente, hace unas semanas, fui a los estudios del Instituto Mexicano de la Radio y un conocido me dio un sobre de su parte con una foto en la que viste una blusa tejida y sostiene un micrófono, una tarjeta con su teléfono y un disco con su historia reciente. De manera apropiada, la niña a la que nunca le faltaron las palabras dirige la radio indígena de Zongolica.

Le hablé por teléfono y me narró más pormenores de su historia. En 1994, regresó a Madrid con otra delegación de niños indígenas. De nuevo vio a Juan Carlos en el Palacio de la Zarzuela. Le habló de los estudios que pensaba hacer y el monarca la oyó con la simpatía algo distraída con que se escuchan mensajes de ultramar en un palacio.

Imaginar el mundo es más fácil que transformarlo. Rosalba contaba con la buena voluntad de un rey pero con pocos apoyos en el entorno. La posibilidad de seguir una carrera se alejó de su destino hasta que Juan Carlos volvió a México en 1997 para asistir al Congreso de la Lengua celebrado en Zacatecas. Con la tenacidad de quien hace de la ilusión una costumbre, ella volvió a buscarlo. Esta vez el Rey no se limitó a oírla con interés. En el vuelo de regreso a la Ciudad de México habló de Rosalba con el presidente Ernesto Zedillo. El resultado de esa conversación fue una llamada a Miguel Limón Rojas, secretario de Educación Pública, quien de inmediato se encargó de conceder una beca de seis años a la chica que usaba dos idiomas para expresar el tamaño de su esperanza.


Rosalba estudió Ciencias de la Comunicación en Orizaba y una maestría en Comunicación Política. Está casada y tiene un hijo que cursa el último semestre de Derecho. Al frente de la radio indígena ha promovido la diversidad. Me contó todo esto con la certeza de quien redacta hablando y marca con su voz los puntos y las comas.

Hace casi treinta años conocí una niña a la que le brillaban los ojos al narrar historias. La mejor de ellas ha sido su vida.


Fuente: Grupo Reforma Servicio Informativo
http://www.reforma.com/aplicaciones/editoriales/editorial.aspx?id=87888