viernes, 16 de noviembre de 2012

EL CINE INDÍGENA


En las últimas décadas el cine se ha convertido en un poderoso instrumento de denuncia y afirmación de identidad para los pueblos indígenas. Esta opción no es nueva, ni única, pues tenemos los ejemplos cinematográficos de los países que atravesaron por momentos revolucionarios, en donde el cine se convirtió en un instrumento político de cohesión y construcción de proyectos colectivos.
Pero en nuestro país esta experiencia es inédita, pues lo indígena, al ser asumido como extraño y diferente dentro de los imaginarios sociales, quedó enmarcado dentro del documental, preponderantemente de corte antropológico y anteriormente, dentro de una poética que miraba al ser indígena desde la orilla de la “modernidad”, como fue el caso del cine indigenista y de denuncia.
A nivel mundial el cine indígena se encuentra en esta encrucijada, lo cual ha llevado muchas veces a centrarse en el fondo del discurso cinematográfico que en el lenguaje mismo, en la arquitectura de la forma, motivo por el cual muchas veces se le niega calidad estética propia o una obra de autor. Nada más alejado de la realidad. El cine indígena es un cine de planteamiento, de propuesta de cuestionamiento y su economía estética está al servicio de ello, convirtiéndose por esa misma razón en su estética, una estética de la transgresión.
Esta transgresión es la inconformidad ante nuestra situación, ante los atropellos y negación de existencia y aporte, las imágenes crudas y sin ningún tratamiento a las cuales muchas veces se apelan, corresponde a la cruda realidad de nuestros pueblos. La casi ausencia de ficción, obedece a una realidad que supera cualquier thriller o drama existencial, cualquier corte en nuestra realidad nos muestra las inequidades y brechas sociales y también, la magia de nuestros actos, el halito de la naturaleza en un toma sostenida sobre el paisaje, en la hierba, el amanecer o en la mirada y sonrisa de un niño. El cine indígena es en consecuencia poesía del dolor y poesía de la vida.
Esta dualidad y complementariedad, al mismo tiempo, forman parte de nuestro lenguaje fílmico, de tal manera que no es extraño que frente a imágenes de violencia, también se muestre las celebraciones colectivas con sus alegrías, con nuestros dilemas, mostrando las múltiples facetas de nuestro ser.
El cine indígena es imagen colectiva y no es por carencia de personalidad individual, de personajes descollantes o sui generis, que los hay, a los cuales nos tiene acostumbrados otros lenguajes fílmicos, sino por responder a demandas colectivas, a la necesidad de hablar para y por nosotros, utilizando el plural en la construcción de nuestras narrativas. En este punto el idioma viene ocupando cada vez mayor presencia, a diferencia de hace pocos años, en donde el lenguaje casi configuraba la insularidad del cine indígena, hoy en día contribuye a fortalecer su identidad estética.
Así mismo, el cine indígena viene a representar la voz de los pueblos indígenas al partir de nuestra problemática, vivencias y formas de ver el mundo, esa es su identidad y razón de ser. ¿Se puede hablar de cine indígena desvinculándolo de estos elementos? Pues por ahora no.
Otrora sombras en el celuloide, como fantasmas de un pasado que se negaba a desaparecer y al que había que capturar de alguna manera, hoy los indígenas hemos pasado al otro lado de la realidad cinematográfica, gestando nuestros propios proyectos cinematográficos, mostrando nuestra cotidianidad, retratando nuestro espíritu, en otras palabras, siendo nosotros y nosotras quienes contamos nuestras historias. Historias colectivas, historias de vida, historias para la vida.


Por: Newton Mori / CHIRAPAQ.